Conocedor de ello, Doherty se comportó con un músico y no como una caricatura, sorprendiendo a todos quellos que esperaban una subida de tono o nueva gamberrada. Desde los primeros acordes de Carry up on the morning se mostró muy concentrado, profesional, incluso distante. Lástima su empeño no se viera recompensado por culpa del mal sonido de La Riviera, donde incluso en algunas apenas se podía escuchar su voz. Siempre es la misma historia y no quiero pecar de cansino, pero en Madrid cada vez cierran más salas, abren menos y, las que quedan, no se caracterizan por su buena acústica o comodidad. Los entradas son más caras, los artistas más destacados, pero la calidad sigue siendo igual de infame. Una pena.
Entre el público vi más sombreros que en la sección de complementos de un centro comercial, claro síntoma de que muchos de lso asistentes acudieron por el morbo de ver a Doherty y lo meramente musical les importaba más bien poco. Como pasaba en tiempos de los Hombres G (no lo digo por los jerseys de “rayas”), alguien del público lanzó un sujetador que Pete se colgó del micrófono y, antes de los bises, demostró que sabía que estaba en España colocándose una montera de torero. Esos fueron los dos únicos gestos que dejó un show donde destacaron los temas Delivery, Side of the road, You Talk y el broche final con Fuck forever, la más coreada.
Como supo a poco y muchos nos quedamos con ganas de más antes del fin de semana, la fiesta cotinuó en el pub Tupperware y se remató en el club Barbarella, donde no pararon de sonar temas de The Libertines, Babyshambles o Dirty Pretty Things. Repertorio acertado, sonido pésimo y aceptable puesta en escena. La cita no pasará a la historia, pero sirvio para mostrar a Doherty como lo que realmente es: un músico. A ver lo que tarda en volver a hacer una de las suyas…