Esta noche Michael Jackson debería estar actuando en el O2 Arena de Londres. Quince años después el Rey del Pop estaba dispuesto a recuperar su trono, si es que alguna vez lo perdió, porque realmente en todo este tiempo no ha habido nadie capaz de arrebatárselo. Lo que muchos vivimos el pasado 25 de junio fue bastante trágico, sobre todo lo que trabajamos en informativos. Una madrugada pendiente de Internet, con noticias que se confirmaban y minutos después eran desmentidas. Un estado de alerta constante que eclipsó la pérdida de otro icono generacional como Farrah Fawcett. Lo más parecido al 11-S de la Cultura Pop.
No voy a ponerme ahora a reividincarlo el legado musical de Michael Jackson porque muchos ya lo han hecho en las últimas semanas. Y eso es lo que realmente me resulta hiriente. Toda esa hipocresía mediática que rodea la muerte del artista más influyente de la música moderna. De repente, todos los medios están de su lado. Se han lobotomizado para olvidar todo lo que dijeron de él no hace tanto. "Michael Jackson, menudo friki" era el comentario más habitual cada vez que aparecían sus imágenes en televisión. "Ese loco está acabado" era la coletilla habitual cuando se hablaba de su retorno a los escenarios.
A todos nos gustaba cuando estaba de moda. Todos querían tener su cazadora roja de cuero. Todos imitaban sus bailes en las fiestas de fin de curso. Incluso se planteó su candidatura para el Premio Nobel de la Paz. Pero entonces un accidente, mientras grababa un anuncio de Pepsi, hizo que se quemase parte de la cara. Verse tan cerca del otro barrio hizo que Jackson cambiase su manera de vivir, elevando al cubo sus niveles de delirio y frivolidad. Las acusaciones de pedofilia hicieron el resto. Ese niño negro se había convertido en un blanco fácil de todas las bromas.
"Oh, estamos tan tristes de que Michael haya fallecido. Lo queríamos tanto..." No finjáis que os importa. Si estuviese vivo, ahora estaríais haciendo chistes de su nariz. O de niños. Pero como está muerto lo adoráis. Y agotáis sus discos en el Fnac. Y bailáis sus canciones los findes. Y llevais su música en el Ipod. Y rellenáis horas de televisión reivindicado su talento. Y os arrepentís de todo lo que dijisteis sobre él. Como el niño que, un día después de su muerte, reconoció que Jacko jamás abusó de él y que habló sólo por dinero, presionado por su padre. Ahora, ese niño convertido en adulto millonario busca lavar su conciencia por arruinar la vida del Rey del Pop a cambio de un suculento cheque de 20 millones de dólares.
Mi amigo O Garoto de Pucela, a modo de Nostradamus blogero, ya vaticinó su final en 2005: "Viéndole en televisión, cada día tengo más claro que su final será similar al del padre de su ex mujer Lisa Marie: un final prematuro, fagocitado por su propia caricatura". Lo que nadie se esperaba era ese fastuoso funeral que recordaba a sus giras faraónicas de principios de los 90. Música, luces, coreografías, invitados famosos y Jackson, de cuerpo presente, en el centro del escenario. Ejerciendo de maestro de ceremonias. El primer funeral donde ha habido reventa. Parecía obra de su amigo John Landis.