La última semana del mes de agosto es una de las peores para los periodistas. Entre el síndrome post vacacional y la escasez de acontecimientos en un verano que está dando sus últimos coletazos, los temas son estirados hasta lo inverosímil para cubrir los espacios informativos.
Este año no ha sido así, más bien ha pasado justo lo contrario. En estos siete días ha habido saturación de noticias, pero noticias sobre las que nunca te gustaría tener que escribir. La gran actriz Emma Penella, el prometedor futbolista Antonio Puerta, los controvertidos escritores Paco Umbral o José Luis de Vilallonga, y la artista Blanca Sánchez (de la que apenas se ha hablado y fue figura clave en la denominada “movida madrileña”) han muerto sucesivamente, como fichas de dominó cayendo en una diabólica jugada.
No voy a ser yo quien escriba sobre ellos. No les conocí y no creo que aporte nada que no se haya dicho ya en los medios. Pero cuando tantas pérdidas vienen seguidas, es inevitable que se eclipsen entre sí y no se valoren adecuadamente, que se olviden rápido, que se les reste importancia. El ejemplo más claro es el de Groucho Marx y Elvis Presley.
No voy a ser yo quien escriba sobre ellos. No les conocí y no creo que aporte nada que no se haya dicho ya en los medios. Pero cuando tantas pérdidas vienen seguidas, es inevitable que se eclipsen entre sí y no se valoren adecuadamente, que se olviden rápido, que se les reste importancia. El ejemplo más claro es el de Groucho Marx y Elvis Presley.
En mi modesta opinión, Julius Henry Marx (Groucho) ha sido el mejor humorista de todos los tiempos. El más rupturista, innovador, personal, ácido, desconcertante, imprevisible y genial. Una pieza clave en el paso del cine mudo al sonoro, con un estilo arrebatador que todavía sigue vigente, sin perder ni un ápice de su frescura. El peor de sus títulos en la etapa de la Paramount o la Metro (años 40) es más desternillante que el momento más inspirado de cualquier monologuista actual. En pleno siglo XXI seguimos haciendo chistes zafios sobre mujeres aparcando y, siete décadas antes, Groucho firmaba frases como “No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo", “El matrimonio es la principal causa de divorcio”, “Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero… pero cuestan tanto” o la archiconocido (que muchos se han autoatribuido) “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”. Eso es talento y, el que no le vea así, que siga riéndose con series como “American dad” o la versión española de “Matrimonio con hijos”.
Lejos de la gran pantalla, su vida personal no fue menos interesente. Hijo de inmigrantes alemanes, huyó de la guerra, debutó como cantante a los 15 años y se casó tres veces. Nada extraño siendo el autor de citas como “El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución”.
En 19 de agosto de 1977 falleció a causa de una neumonía. Tres días antes había muerto Elvis Presley. El decadente final del Rey del Rock copaba todas las portadas y eclipsó totalmente la irreparable pérdida de Groucho Marx.
Como anécdota, su último cinematográfico fue en la película “Skidoo” (Otto Preminger, 1968), donde interpretó a Dios. Un dios de la comedia que nos dejó hace 30 años.
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