Es un ritual. Cuando Cronenberg estrena una película hay que verla en pantalla grande y en sesión nocturna. Da igual que antes haya ido al pase de prensa y se trate del segundo visionado, sólo por esas impagables tertulias entre amigos a la salida del cine ya vale la pena. No me gusta leer nada sobre la trama argumental antes de verla, pero me encanta escuchar todo tipo de opiniones una vez vista para comprobar el amplio abanico de reacciones que genera este director canadiense.
Repetía escenario respecto a su anterior obra Una historia de violencia, sábado noche en los cines Ideal. La compañía era diferente, pero las sensaciones casi calcadas a las de hace poco más de dos años. Lejos queda la irritante seducción de Vinieron de dentro de... o Rabia, las enfermizas Crash o Inseparables, y los acólitos de la Nueva Carne se despidieron con eXistenZe. Cronenberg es un director muy personal, un animal cambiante pero siempre regido por sus propios parámetros estéticos, y en Promesas del Este vuelve a dar una lección magistral de cine, aunque no serán pocos sus fieles que afirmen que se está edulcorando en exceso para agradar en Hollywood.
Entre las palabras que vale la pena rescatar de las conversaciones mantenidas en los últimos días, unos piensan que Haneke resulta más interesante actualmente, que Miike ha tomado el relevo del Cronenberg más insano, o que si sigue por este camino, terminará siendo una especie de Spielberg. Parece que han olvidado que hablan de una de las mentes más influyentes del género durante las últimas tres décadas, además de los pocos que pueden presumir de no haber sufrido altibajos. El triunfo de la regularidad y de la fidelidad a uno mismo. Esas son las claves por las que Cronenberg ahora es reivindicado por muchos pseudointelectuales que antes renegaban su obra, mientras muchos gurús del gore/terror se sienten defraudados.Repetía escenario respecto a su anterior obra Una historia de violencia, sábado noche en los cines Ideal. La compañía era diferente, pero las sensaciones casi calcadas a las de hace poco más de dos años. Lejos queda la irritante seducción de Vinieron de dentro de... o Rabia, las enfermizas Crash o Inseparables, y los acólitos de la Nueva Carne se despidieron con eXistenZe. Cronenberg es un director muy personal, un animal cambiante pero siempre regido por sus propios parámetros estéticos, y en Promesas del Este vuelve a dar una lección magistral de cine, aunque no serán pocos sus fieles que afirmen que se está edulcorando en exceso para agradar en Hollywood.
Como yo no me identifico con ninguna de las dos vertientes, aunque coincido con ambos en detalles aislados, me limitaré a decir que Promesas del Este es un thriller altamente entretenido, con buen ritmo y un impecable trabajo de los actores (recomiendo verla en V.O. para comprobar el esfuerzo de Mortessen, Watts y Cassell poniendo acento ruso). Sinceramente, a mí (como a la gran mayoría de vosotros) los entresijos de mafiosillos rusos afincados en Londres me importan poco o nada, pero el guión de Steven Knight es comprensible, realista y queda perfectamente enmarcado en la capital británica. Un retrato gris y nostálgico, sobre todo para quienes hemos pasado una etapa de nuestra vida en la ciudad donde nunca nieva y en verano no hace calor.
Sin ánimo de desmenuzar aquí la película, la trama es una montaña rusa que pasa de la violencia más extrema (no perderse ni un instante de la lucha en la sauna) y momentos entrañables hasta ahora inéditos en su extensa filmografía (abrazos múltiples, exaltación de la amistad, mercenarios mostrando su versión más sensiblera...). Como el análisis de la violencia es una constante en su discurso, imagino que esta dualidad entre agresividad-sensibilidad será intencionada y habrá querido dar un paso más respecto a Spider o Una historia de violencia, obras que junto a esta Promesas del Este podrían completar una trilogía de esta última etapa Cronenbergiana, igual de crítica pero menos incómoda para el público masivo. Posiblemente, su película más accesible, aunque no la más fascinante.
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