martes, 2 de octubre de 2007

CADÁVERES EXQUISITOS

El pasado domingo 30 de septiembre se cumplieron 52 años de la muerte de James Dean. Más de medio siglo sin el icono de rebeldía adolescente tantas veces imitado (¿alguien recuerda a Luke Perry?), autor de la máxima rockera por excelencia “vive deprisa, muere joven y dejarás un bonito cadáver”.
Con 24 años, Dean estaba rodando la magistral Gigante (George Stevens). Era el hombre más deseado del planeta, un adicto a las sensaciones extremas y un referente para los “young americans”. Pero bajo tanta ostentación, se escondía un tipo solitario, que intentaba llenar sus vacíos existenciales con todo tipo de caprichos. Entre ellos, un Porsche 550 Spyder bautizado como "el pequeño bastardo" que, a la postre, sería su verdugo.
Hace unos meses entrevisté a Sara Montiel para un programa de televisión y me comentó que conoció a Dean en México mientras ella rodaba Vera Cruz con Burt Lancaster, añadiendo que estuvo a punto de ser su compañera de viaje esa noche. Otra curiosidad: dos días antes de su muerte, las televisiones emitieron un anuncio publicitario protagonizado semanas atrás por James Dean, donde advertía a los jóvenes lo importante que es conducir con prudencia. Paradójico.
Janis, Lennon, Allman, Hendrix, Bolland, Bonham y Moon (como entonaban los Barones en ese "Concierto para ellos") fueron fieles a la doctrina de Dean, otros compañeros de generación no tanto, y pese a llevar años musicalmente muertos, siguen deambulando por los escenarios cual zombie de Romero. Respetable, y rentable, porque los regresos venden.
Esta semana se confirmó la gira de Sex Pistols (sin Vicious), el regreso de Led Zeppelin (sin Bonham) y aún dura la resaca del concierto de The Police (sin ganas). No digo que esté en contra, pues no deja de ser una oportunidad de directo a ídolos de antaño, de comprobar que son reales más allá de tus grabaciones caseras en Beta. Lo malo es que, sino dejan el cadáver en el armario del camerino, su olor a muerto lo impregnará absolutamente todo y contagiará su apatía al público.
Nadie pone en duda su talento, pero un concierto es algo más que un alarde de virtuosismo. No basta con estar bien ejecutado, debe conservar intacta esa rabia de un amateur y saber como transmitirla. De no ser así, se quedará en un simple e insustancial ejercicio de nostalgia, que a lo mejor divertirá a quienes han descubierto a The Police gracias a Kiss FM, pero los melómanos siempre pediremos más.

Los shows multitudinarios es lo que tienen, todo está perfectamente guionizado, no hay el mínimo lugar para la improvisación. Tema coreado por el público para abrir, saludo provinciano chapurreando espanglish, momento mechero (ahora móvil) en la balada, se apagan las luces mientras hacen la ola y regresan a escena con su canción bandera mientras todos se empujan como adolescentes acnéicos en la fiesta de fin de curso.
Sota, caballo y rey. Ya puede ser Police, Queen, U2 o Depeche Mode, que durante las dos semanas siguientes verás muchas camisetas de la gira cuando salgas a tomarte una caña. Una lástima que sus portadores (los mismos que se ponen una foto de Supercoco en el Messenger para hacerse los graciosos, usan nicks como “El Nota” o “Vincent Vega” para parecer sofisticados, escriben letras de Dylan en su blog para impresionar o cuelgan fotos de sus borracheras en el fotolog para ocultar su ínfima vida social ) solo se movilicen para ver a estos artistas y su última adquisición musical sea un recopilatorio de M-80. Normal que los grupos pidan cifras tan disparatadas por las entradas, con semejante rebaño el lleno está asegurado.