miércoles, 19 de marzo de 2008

Práctimente magia

Recuerdo, no hace mucho tiempo, un concierto de El canto del loco en Alicante. Tocaban cerca de mi casa en uno de esos saraos veraniegos que montan al lado del puerto y, una hora antes de la actuación, no se veía ni un alma. Para evitar el fiasco, los organizadores decidieron abrir puertas y ver el concierto gratis. Ni con esas pasaron de las 200 personas, en su mayoría curiosos que pasaban por allí y no tenían nada mejor que hacer. Dos años más tarde, la misma banda actuó en la plaza de toros de Alicante, había colas desde la noche anterior para situarse en primera fila y ver de cerca a Dani Martín y compañía. También actuaron en Madrid llenando Las Ventas por tres días consecutivos, provocando desmayos de quinceañeras e improvisadas acampadas en los aledaños de la plaza. Algo parecido sucedió esta semana con los alemanes Tokio Hotel. Unos perfectos desconocidos que, en cuestión de meses por obra y gracia del marketing, han arrasado con su emo rock infantiloide.
Tokio Hotel, imagen sin talento
Agotaron entradas para su puesta de largo en el Madrid Arena y se repitieron los campamentos a pie de calle, con doceañeras que se tatuaban los nombres de su cantante en la frente e intentaban imitar su peinado, con dudoso resultado. Precisamente su cantante se puso malo (lástima) y cancelaron la actuación. Su legión de fans no despertó del mal sueño y se concentró en Plaza de España, en la puerta del hotel donde estaban alojados, para intentar en vano ver a los protagonistas de sus ingenuos sueños húmedos propios de la adolescencia. Cuando no hay talento la fama, como el tiempo, es efímera y seguro que dentro de un par de años se olvidarán de este grupo, renegarán de él, quitarán los posters de su habitación y sus discos tendrán la misma utilidad que un posavasos. A nadie le importará si Tokio Hotel se separan, se reúnen o emprenden proyectos en solitario. Nada que ver con las bandas de verdad, como The Cure.

The Cure, talento con imagen

Un ejemplo de como mantenerse en primea línea sin desviarse con banalidades mediáticas. No aparecen en televisión, apenas conceden entrevistas, tienen una media de edad de 48 años, pero calentaron a más de 25.000 personas en su última visita a la capital. Sus seguidores adolescentes, los mismos que en el instituto eran tachados de raros por emular la estética burtoniana de Robert Smith, han crecido y, a diferencia de lo que pasará con Tokio Hotel, no reniegan de ellos sino lo contrario, esa admiración se ha magnificado con el tiempo. Era la tercera vez que veía a los británicos, aunque la primera en Madrid (antes cayeron Benicassim y Santiago), y la experiencia volvió a ser épica. Tres horas de divertimento y emotividad donde los hits se sucedían uno tras otro. Boys don`t cry, Lullaby, Just like heaven, Lovesong, Friday I’m in love, In Between days, Killing an Arab... y algún adelanto de su imninente nuevo álbum, como A boy I never know o Freak Show.



En la conversación de vuelta a casa, también hubo tiempo para la nostalgia. Mis padres fueron de los primeros del bloque en comprar un video Beta y me pasaba horas grabando todos los videoclips que ponían en Tocata, Plastic o Video Mix (cuando la música interesaba en la televisión pública) que luego visionaba junto a mis vecinos en el salón de casa. Con diez años, para mí Robert Smith sólo era el “tío de los pelos raros”, ahora creo que es uno de los diez artistas más influyentes de la historia de la música británica. Hay está la diferencia entre una imagen sin talento (Tokio Hotel) y un talento con imagen (The Cure). Ya queda menos para disfrutar de su décimotercer disco de estudio. Paciencia.