miércoles, 19 de diciembre de 2007

Happy birthday Mister Richards

Ayer fue el cumpleaños de Keith Richards. 64 tacos, ahí es nada, que diría un castizo. No se cómo estará por dentro (especialmente después de esos cotilleos sobre su cambio de sangre en una clínica suiza y demás rumorología), pero lo cierto es que por fuera no se puede estar más arrugado. Da lo mismo, Richards sigue siendo un gentleman, un dandy de la decadencia bien entendida, una leyenda viva del rock inalterable al paso del tiempo.

En los últimos años ha contribuido a alimentar esa leyenda negra aireando todo de tipo de polémicos comentarios: que si se quedó durmiendo la borrachera en el estreno de Piratas del Caribe III, que si insultó a la nueva ola de hypes británicos, que se fumó las cenizas de su padre y se cepilló a Kate Moss antes que Pete Doherty... mientras que aquí en España la prensa rosa dedica sus portadas a Tony Anikpe o Aida Nizar en Inglaterra hacen lo propio con Ozzy Osbourne y Keith Richards, igual que en las revistas del Mariskal Romero. Que aburridos somos.
Esta noticia me vale para inaugurar una nueva sección del blog, la de conciertos míticos, que abriré con la visita de los Stones a Zaragoza el 29 de septiembre de 2003. Me quedé sin entradas para Madrid (ya sabéis, en cuestión de horas se agotaron por culpa de “los que nunca van a conciertos, pero si tocan los Rolling Stones o U2 voy de cabeza para vacilar a mis compañeros de curro”...), así que había perdido la esperanza de volver a ver en vivo a sus majestades satánicas. Sin embargo, en uno de esos concursos radiofónicos que nunca participas por nunca toca, hubo suerte. Había que escribir un relato breve sobre porqué querías ver a los Stones y, el más original, sería premiado con una entrada doble. Estaba yo por tierras olmedienses en plenas fiestas patronales cuando recibí la llamada. Increíble. Casi de empalmada me planté en la feria de muestras de Zaragoza con mi compañero de aventuras, Carlitos Jagger, que repitió después del show en el Calderón y es uno de los más fieles seguidores de los Stones que conozco.


El autocar que viajaba del centro de la ciudad al recinto parecía extraído de una película setentera. Todos proponiendo su setlist perfecto, recordando su último concierto, desvelando nuevos cotilleos de esos que tanto nos gustan... eso si, nadie habló de los teloneros y eso que eran Primal Scream. Los británicos tuvieron un inicio de carrera muy stoner, pero allá por 2003 todavía seguían coqueteando peligrosamente con la electrónica y los más puristas les habían perdido la pista. Gillespie y los suyos salieron a escena sobre las 20:30 y nadie les hizo ni caso, ni siquiera con los rotundos Ewastika Eyes o Miss Lucifer. La verdad es que yo estaba más pendiente de pillar un buen sitio, como la mayoría de los allí presentes.

El recinto estaba dotado de un escenario gigantesco y otro más pequeño en el centro, unidos por una pasarela. Después de mucho pensar, decidí situarme en la primera fila del miniescenario. Estaba centrado y se podía ver gran parte del concierto en buenos condiciones, pero en los tres temas que interpretasen en el escenario pequeño estaría a escasos metros de Jagger, Richards, Wood y Waitts. Así fue, todavía permanece imborrable en mi retina esa interpretación del It's only Rock & Roll (but I like it) en una plataforma, pegados al público y lloviendo a cantaros bajo la luna. Esa es la viva imagen del rock. Gracias Stones.