lunes, 24 de septiembre de 2007

LA JUNGLA CUATRO PUNTOS MENOS

No quiero ser pesado hablando otra vez de secuelas, precuelas y, en definitiva, de innecesarias nuevas entregas de películas míticas de los años 80-90 al servicio de la tecnología del 2000. Como sucedió con Alien, con la tercera entrega todos dábamos por cerrada la saga y nos sorprendimos, aunque visto lo visto se la podrían haber ahorrado. La Jungla de cristal IV (ó 4.0, ahora la pregunta es si habrá 4.5, como con el Photoshop) sigue a rajatabla estos postulados propios del Star System para convertirse en el último blockbuster del verano. La recaudación ha sido más bien discreta, pero hay cuatro puntos decisivos que separan la fundamental primera parte de este mero entretenimiento de usar y tirar. Vamos punto a punto, como hacía Irureta con sus cuentas de la lechera en el Depor:

1. El director: Para bien o para mal, John McTiernan (La junga 1 y 3) domina todos los parámetros del cine de acción estadounidense. En la segunda entrega, Renny Harlin cumple, aunque está muy lejos de sus clásicos a reinvindicar Pesadilla en Elm Street IV o Las aventuras de Ford Farlaine (el detective rockanrollero). En esta 4.0 tras la cámara está Len Wiseman, baluarte de esa generación de realizadores que han crecido con un Mac debajo del brazo (en su anterior película Underworld Evolution, solo faltaba que en la pantalla pusiera de forma intermitente Press Start para confundirla con la intro de un videojuego). Menos digitalizar y más explosiones con extras de los de toda la vida, señor Wiseman.

2. El malo: No me refiero a Fernando Torres, sino a Jeremy Irons, sin duda el mejor enemigo al que se ha enfrentado John McClane. Por mucho que Timothy Oliphant sea el último icono gay, su personaje es plano y previsible.

3. La duración: Ya lo dijo el gran Billy Wilder, en esta vida todo nos parece demasiado largo excepto nuestra propia vida y nuestro propio pene. 130 minutos no es un metraje excesivo, pero en una generación que ha crecido con los videoclips, los anuncios publicitarios y las series B de 90 minutos clavados, como el guión no sea lo suficientemente bueno (que no es el caso) se bosteza.

4. El humor: Como le sucede a la mayoría de nuevos cineastas españoles, pretenden hacer un homenaje y les sale una parodia. Bruce Willis eleva al cubo la chulería del McClane original y hace que pierda encanto, como pasa en Los Simpsons con Homer, que cada capítulo que pasa es un poco más tonto.

Con estos argumentos, considero que los diseñadores gráficos se han equivocado al confeccionar el cartel y deberían haber incluido los elementos fijos en toda película de esta índole: el fuego, el helicóptero y la cara de duro. Ahí van unos ejemplos:


La Jungla de Cristal I y II. Media cara de Bruce Willis perplejo, edificios en llamas y helicópteros explotando, aunque en la secuela se cambia por un avión al desarrollarse en un aeropuerto. La 3 y la 4 ya sacan a Bruce Willis en su totalidad, con cara de duro y sin vehículos que eclipsen su protagonismo.

El "Gobernator" de Californía también es un experto en la matería. Antes de firmar sentencias de muerte en la vida real ya lo hacía en la ficción, donde no podían faltar ni el fuego, ni los helicópteros, ni esa cara de estar diciendo "los yogures con bifidus funcionan".


Por último, en su enésimo alarde de originalidad, el "amiguete" Santiago Segura presentó el cartel de su Torrente 3 como mandan los canones: Coches explotando, fuego y un helicópero que pasa por allí, aportando como novedad la inclusión de Lucia Lapiedra, ex actriz porno adicta (entre otras cosas) a los montajes televisivos. El resultado de crítica y público, comparable al logrado por Schwarzenegger.

Toma nota Garci, si quieres que a tu próxima película acuda público que no tenga que ir con la sonda y el tensiómetro de "Saber vivir" a las salas, prueba a poner a Alfredo Landa o Carlos Hipólito con cara de desconcertados, rodeados de llamaradas de fuego y un helicoptero como el de Esperanza Aguirre y Rajoy surcando los cielos. Igual funciona.