lunes, 10 de marzo de 2008

Sin revolución en Eurovisión

Hoy lunes toca hablar de vencedores y vencidos. No me refiero a los resultados electorales, sino a Eurovisión 2008. Ese festival prestigioso años atrás y que actualmente se ha convertido en un escaparate de personajes delirantes, una revisión europea de la parada de los monstruos con la música como excusa e Internet como arma arrojadiza. Lejos quedan esas luchas mediáticas entre ilustres de la música ligera cañí por representar a nuestro país, más bien ahora sucede lo contrario y son los “grandes” quienes rechazan ir, obligando a los organizadores a buscar artistas debajo de las piedras y, en caso de no encontrarlo, optando por crearlos a través de formatos televisivos. Artistas de usar y tirar, que nacen y mueren con el festival y que sólo serán recordados por una canción, unos auténticos “one hit wonder”.

Como la fórmula televisiva también parece demasiado quemada, este año quisieron democratizar lo votos y cualquiera tenía la oportunidad de presentarse, superando los 700 candidatos repartidos entre eternos aspirantes a debutantes (D-Vine, Innata, Arkaitz), siliconadas divas de mercadillo (Sonia Monroy, Malena Gracia, Sonia Arenas), provocadores sin prejuicios (Calipo A, La Terremoto de Alcorcón), idealistas bizarros (Pajarraca) y profesionales que no querían dejar pasar la que, posiblemente, sea su última oportunidad (Coral, Mirela). Desmarcados de estas etiquetas se encontraban destacados de la escena indie nacional como L-Kan, La Casa Azul o Lorena C, a mi juicio, tres aspirantes que deberían estar en Belgrado. En tiempos de cambio ¿por qué no ofrecer algo diferente y de calidad?.


¿Qué pintan esos dos cachas con la radial?

Eurovisión huele a fritanga de chiringuito, a spanglish, a coreografía carcelaria, a maquillaje y lentejuelas. España ha seguido esta estética en los últimos años (Son de Sol, Las Ketchup, D-Nash) y ha hecho pocos menos que el ridículo. No ha nada que hacer porque, desde que en Europa somos tantos, los países hermanados (Rusia, Letonia, Grecia, Estonia, Rumania...) se votan entre años para que, al año siguiente, el festival tenga sede en su capital y aumenten sus ingresos turísticos. Sólo hay que repasar los ganadores de los últimos siete años y comprobar su proximidad fronteriza. Puesto que el NO ya lo tenemos, que vamos sabiendo que no ganaremos, ¿por qué no demostrar que España no es un país de pandereta y que sabemos hacer buena música?. ¿Por qué no aparcar los tópicos y mostrar nuestra modernidad?. ¿Por qué no premiar a artistas indie que llevan años currándoselo con un viaje a Belgrado con todos los gastos pagados?.

Antes de confirmar la participación de Lorena en el concurso tuve la oportunidad de hablar con ella en el programa (puedes escuchar su entrevista aquí) y creo que habría sido una más que digna representante, aunque tal vez la elección de Piensa Gay no haya sido la más acertada. Lamenté que los extremeños L-kan se quedasen a las puertas de la final, sus dos últimos trabajos son auténticos discazos y su aparición televisiva les habría permitido ser redescubiertos por muchos. El caso más doloroso es el de La Casa Azul.

En todo el tiempo que llevo haciendo radio he podido charlar con Guille en un par de ocasiones y es un tipo tímido, reservado, con esa sensibilidad propia del artista-creador, del músico romántico. Verse inmerso en este circo mediático no habrá sido fácil para el y, sí este país fuera medianamente normal, su arrebatadora La revolución sexual sería un superventas. Su puesta es escena es deliciosa y su sonido derrocha épica sin desmarcarse de las influencias J-Pop. Habría sido el embajador perfecto en tierras balcánicas pero la falta de criterio de los votantes lo ha impedido. No voy a hablar del Chiki Chiki, no quiero contribuir a esta inteligente estrategia promocional de La Sexta. Sólo diré que la primera vez que la escuche me hizo la referencia a Jacko y Robocop, la segunda escucha me empezó a saturar y a la tercera fui incapaz de oírla entera. Encima ahora tenemos que soportar al típico graciosillo que la lleva en el móvil y la pone en el metro, como diciendo “que tío más cachondo soy”. Un caramelo que se atraganta, un chiste que ha perdido la gracia, una broma que no ha sabido frenarse a tiempo y nos ha privado de vivir nuestra revolución sexual a la europea. Ya no queda ningún argumento para quedarse el sábado noche casa viendo Eurovisión.