viernes, 15 de febrero de 2008

Mi reconciliación con los Coen

Sé que ya estaréis aburridos de oír hablar de No es país para viejos a todas horas, pero la ocasión lo merece, y no sólo por la cosecha de premios de Bardem, que es una buena noticia, pero no tanto como el crédito que han recuperado los hermanos Coen después de las prescindibles Crueldad intolerable y su remake Ladykillers.
Basada en la recomendable novela de Cormac McCarthy, Joel y Ethan regresan a su mejor época, la de Sangre fácil y Fargo, con un thriller seco de supervivencia exquisitamente realizado. Un western crepuscular a lo Peckinpah muy recomendable para los que disfrutaron de títulos como Deliverance de John Boorman y, más recientemente, The Backwoods de Koldo Serra. Eso sí, los que prefieran ejercicios efectistas tipo Monstruoso, que huyan de No es país para viejos como de la peste bubónica.

Hay un tipo de violencia de consumo rápido que nos recuerda que el mal está ahí y que puede atacarnos en cualquier momento, una sensación que satisface el morbo del espectador durante el visionado del film pero que se olvida al día siguiente. Hay otra que pasa inadvertida, que corrompe a la sociedad y la retroalimenta, cuyo incómodo visionado no se olvida tan fácilmente. Estas luchas entre el bien y el mal funcionan muy bien si se enmarcan en terrenos fronterizos y carreteras secundarias de la América profunda donde, esta vez si, los Coen crean un clímax dramático impecable gracias a un brillante elenco de personajes secundarios.
Ahora es el momento de hablar de Bardem, un tipo que es capaz de subirse al escenario del Festimad para abrazarse con Eddie Vedder y de pasearse por la alfombra roja del Kodak Theatre sin cambiar su semblante. Nunca estará lo suficientemente agradecido a los Coen por regalarle este personaje de asesino en serie con andares de T-1000 y peinado a lo príncipe de Beckelar.
Su mirada al comienzo de la película es tan volcánica como los de Alex en La Naranja Mecánica, ganándose el respeto del espectador para el resto de un metraje cargado de duelos de alto voltaje. Un criminal despiadado, inmoral, sanguinario e imprevisible que, junto al Capitán Spaulding y Ze Pequenho, se ha ganado un puesto entre los malos malísimos del cine actual. Bravo por los hermanos de Minnesota.